Archivo
-
►
2010
(3)
- ► 11/14 - 11/21 (1)
- ► 08/08 - 08/15 (1)
- ► 05/02 - 05/09 (1)
-
►
2009
(6)
- ► 09/13 - 09/20 (1)
- ► 07/26 - 08/02 (1)
- ► 06/14 - 06/21 (1)
- ► 05/17 - 05/24 (1)
- ► 05/03 - 05/10 (1)
- ► 03/29 - 04/05 (1)
Acerca de mí
- Xochicuicani
- Maestro en Arte Moderno y Contemporáneo, músico, poeta y loco; ingeniero en acústica, metrólogo.
Seguidores
Feminismos y femineidad
El Muralismo y la construcción de la identidad mexicana
Fig. 4. José Clemente Orozco. Cortés y la Malinche. Escuela Nacional Preparatoria
Fig. 5. David Alfaro Siqueiros. El Coronelazo. Museo Nacional de Arte.
Noticias
Olmecas y Teotihuacanos: un acercamiento a través de su arte.
Sobre la música comercial, la reproductibilidad de la obra musical y la nueva canción
Una brevísima nota sobre el Pop Art y la Cultura de masas
En esta ocasión no hablaré del Pop Art desde un punto de vista crítico o estético, ni abordaré a sus protagonistas, sino que se trazara un breve esbozo de la intersección que tiene este estilo con la cultura de masas, aunque centraré mi atención en el arista pop por antonomasia, Andy Warhol.
El arte, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, cedió a la banalización de la imagen y a la trivialización del tema. Parte de ello pudo obedecer a factores como la facilidad de la reproducibilidad de la obra de arte, el advenimiento de los medios masivos de información, el cansancio y falta de comprensión de ese público masivo ante las obras de arte con una fuerte carga abstracta e intelectual. Además, la ya muy popular “máquina de sueños” en que el cine se convirtió como una forma de entertaining y evasión, y generadora de nuevos iconos y dioses de la naciente cultura capitalista avanzada; sociedad que se levantaba después de una fuerte recesión y que había activado su economía con las ganancias de la Segunda Guerra Mundial. Mienaatras que Europa había sido devastada y en cierta medida aceptaba no sin recelo la ayuda de esta nueva sociedad emergente. La nueva sociedad industrial traía consigo el sueño y la ingenuidad de la Modernidad así como la promesa de la felicidad, el principio capitalista per se, producir más con el mínimo esfuerzo.
El Pop Art acercó el Gran Arte a la cotidianidad. O tal vez viceversa. La gente no podía entender el expresionismo abstracto y se empezaba a sentir identificada con las imágenes mediáticas que formaban esta propuesta. Una parte del Pop británico criticaba el american way of life; otra, por lo contrario, lo veía con una ingenua admiración. El pop art no solo convirtió la trivialidad en un tema digno de tratamiento estético, sino que también reflejó cada vez más los iconos de la cultura de masas de una forma inteligente y crítica[1]. El estilo se orientó a partir de la reivindicación de que el arte debía ser ante todo, inteligente. A pesar de la banalidad de la obra, los medios estilísticos no lo eran. Sin embargo, del lado americano, quienes se apropiaron del estilo, obtuvieron mucha inspiración de la publicidad (hay que recordar que Andy Warhol fue publicista). En este caso, el pop art recibía su nombre por lo que representaba: los símbolos de la producción y el consumo de masas, desde Mickey Mouse hasta las latas de sopas y la coca-cola; películas e ídolos de Hollywood y novelas de ciencia ficción. Abrieron las puertas entre el arte y la vida cotidiana y no temieron insertar elementos Kitsch. No era completamente realista (más bien tenía un toque reduccionista y trivial). Si bien es cierto que el Pop Art sería, como es, importante en la obra de grandes artistas, sus raíces se pueden rastrear desde Duchamp y Dadá. Mientras que Duchamp se apropiaba de los objetos cotidianos para contextualizarlos en un ambiente distinto al de su origen, los artistas como Warhol no sólo recontextualizan sino que se apropiaban del objeto, sobre todo de aquellos producidos en serie como parte del proceso industrial avanzado.
Para Hamilton, todo arte moderno debía cumplir con determinadas cualidades que él estaba buscando en su obra, mismas que enumeró en 1957: popularidad, transitoriedad, desechabilidad, ingenio, sexualidad, artimañas y atractivos. Debía ser de bajo costo, producido en masa, joven y resultar un Gran Negocio[2].
Hans Richter sentenció al Pop Art como el registro de la aceptación del artista y de la conformidad con el consumismo contemporáneo[3]. Algunas características de este Pop Art más genuino fueron: la ampliación, la renuncia a la expresividad, un toque impersonal, limitación temática a los artículos de consumo comerciales existentes y a la imaginería de los medios de comunicación de masas, la renuncia a toda ideología, crítica y referencia metafórica y la preferencia por los procesos de la reproducción técnica. Viéndolo en función de estas características, el Pop Art es un estilo propio y auténtico nacido dentro de la sociedad industrial avanzada contemporánea. Artistas como Andy Warhol, que usaron técnicas de reproducción como la serigrafía, que no mostraban más que la ideología del american way of life y las imágenes de los ídolos populares del momento. El trabajo mínimo con la máxima ganancia. En este sentido, los objetos de consumo son impersonales (como lo que se pretende en este arte), para un público masivo dispuesto a consumir.
Warhol es prácticamente sinónimo de Pop Art. El artista se veía a sí mismo como un patrón que daba órdenes a sus obreros en la realización de la obra, en la que él, de hecho, casi no metía las manos aunque tuvieran su nombre. De hecho, hoy en día este tipo de proceso de creación artística sigue siendo usado por una gran cantidad de artistas. En Warhol se ve el inicio de la posmodernidad en el arte. Aprovechaba el sistema de superstars y era, en fin, un tipo popular. Hagamos un paralelismo tal vez un poco forzado con Andy Warhol; Oscar Wilde era un personaje muy conocido en la Inglaterra victoriana, que hasta la gente de la aristocracia pensaba que quien no conociera a Wilde, no era nadie. Warhol estaba en el círculo de los cantantes, actores, divos y divas, así como artistas de vanguardia más importantes de la época. “Ella es Sony, mi esposa”, solía decir, refiriéndose a su grabadora japonesa[4]. Desde ahí es posible observar esa tendencia a la fetichización del objeto de consumo, tan característico de Warhol y mostrado en su obra. Así, el término pop significa mercantilización extrema, moda, fetichización.
El arte de Andy Warhol muestra la vaciedad de nuestras representaciones en el capitalismo mercantillizado[5]. Además, con representaciones morbosas, pareciera querer anestesiar nuestra reacción ante las imágenes de violencia que nos presenta: la señora Kennedy después del asesinato de su marido; Marilyn Monroe después de su suicidio, "fotos" de criminales, accidentes automovilísticos, la silla eléctrica, funerales de gangsters, disturbios raciales. Wharhol presenta las imágenes en repeticiones con cambios sutiles y burdas aplicaciones de color en serigrafía, por ejemplo, como una especie de serie de cuadros de película que quisieran guardar en la conciencia, como una especie de continuación del Surrealismo. El poeta y crítico de arte Frank O'Hara señaló una vez que mucho del pop art era esencialmente una "escenificación", un intento imperturbable de descubrir exactamente cuánto habrá de tragarse el público[6]. Este tipo de imágenes son ya comunes en la cotidianeidad, donde después de hablar de los muertos en la guerra, se informan los resultados de la selección nacional de fútbol. En ese sentido, nuestro subconsciente está adormecido ante este tipo de imágenes y ya es posible verlas de manera normal, antes de dormir o mientras se come.
¿Se debe descalificar al Pop Art por la falta de compromiso? El mensaje de la obra artística, tomando en cuenta algunos planteamientos de Umberto Eco y Arthur Danto, tiene un lenguaje ambiguo y puede dar lugar a lecturas e interpretaciones diversas. Es innegable que el Pop Art trajo consigo nuevos aires a la plástica. Tal vez era la salida lógica ante la total intelectualidad del arte gestual. Warhol era conocido por sus respuestas frugales y no daba más información que monosílabos afirmativos o negativos. Aún más, terminaba él haciendo las preguntas y respondía lo que se le venía en gana. Por lo tanto, si se le preguntaba si intentaba criticar a la sociedad, únicamente respondía que no. Y de hecho, no lo hacía. ¿O tal vez debiéramos ver en Andy Warhol y en ciertos aspectos de su Pop Art como parte del proyecto unidimensional en el sentido marcusiano que se forjaba de manera más brutal? Esto haciéndonos aceptar la mediatización de las imágenes, la repetición y la falta de conciencia.
Se pueden hacer, pues, distintas lecturas ahora que estamos a décadas de distancia. Y tal vez, aunque no pretendiera criticar desde dentro al arte y al pseudo arte que se estaba haciendo en su momento, o la sociedad que se estaba cerrando cada vez más en el consumo, muchas de sus obras pudieran leerse de una forma crítica, encontrando los puntos contestatarios frente la sociedad de masas. Aún así podemos quedarnos con tal vez la lectura aceptada de que este movimiento es una forma de rendir tributo a la cultura del consumo.
Pudiera ser un buen ejercicio, al final de cuentas.
[1] Ruhrberg K. et al. 2003. “El rostro del siglo” Arte del Siglo XX. Editorial Océano. México.
[2] www.imageandart.com/tutoriales/historia_arte/pop.html
[3] Ruhrberg, op. Cit.
[4] Fresan, http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/radar/9-1675-2004-09-23.html
[5] Vidal, http://www.cica.es/huespedes/gittcus/warhol-vidal.htm
[6] Fraticola, op. cit.
¿La trascendencia de la inmediatez?
Deseo y Satisfacción
La satisfacción de los deseos es una de las formas más legítimas del ser humano en la que también se desenvuelve dentro de su sociedad. Estos pueden ser desde concretos hasta irrealizables. Es obvio que los concretos son mucho más sencillos de satisfacer desde un punto de vista de la mercadotecnia que los irrealizables. En este sentido, un deseo concreto puede ir desde tener hambre o la necesidad de vestido; existen los deseos intangibles, que muchas de las veces son aquellos que tienen que ver con la idea de obtener determinadas satisfacciones, como escalar posiciones sociales, etc.
El tipo de vida y el ajetreo que hoy llevamos, nos conduce a una rápida satisfacción de los deseos, que por lo regular se traducen en adquirir objetos de consumo o servicios que en realidad crean sólo la idea de satisfacción por un tiempo determinado.
Como plantea Dorra en un seminario sobre consumo cultural, la satisfacción va a durar únicamente hasta que desaparece la necesidad de llenar el vacío que produce el deseo. Por ejemplo, si unos zapatos nos aprietan, surge la necesidad de quitárselos para descansar. Esto, obviamente, genera una tensión y un deseo que debe ser satisfecho. Sin embargo, ya sin los zapatos, una vez que los pies han descansado, la tensión va desapareciendo y por lo tanto la necesidad de satisfacción.
Por otro lado, al adquirir un determinado objeto, se satisface un deseo por adquirir dicho producto. Pero la gran mayoría de las veces, el producto no cumple con las expectativas del consumidor, por lo que se genera a su vez un nuevo deseo y una nueva necesidad de satisfacción. La mercadotecnia conoce muy bien esto y lo aplica de manera eficaz, prometiendo la satisfacción del deseo de diferencia vendiendo productos que jamás satisfarán los deseos de los consumidores al cien por ciento.
Esta necesidad de satisfacción (y distensión) se convierte, pues, en un acto dialéctico, en el cual, un individuo normalmente permanecerá en mayor medida en una situación de tensión más que distensión (o satisfacción), dado lo efímero de ésta.
Ahora bien, ya desde principios del siglo pasado, Simmel comentaba que las modas eran creadas con el fin de volverse obsoletas prácticamente desde el momento en que estas surgían. Por ello, al adquirir tal o cual producto, se está adquiriendo, de hecho, uno que ya está obsoleto desde el mismo momento de la compra. Esto, pues, genera mayor tensión en la psique del consumidor, y, a su vez, mayor necesidad de permanecer en la vanguardia y a la moda.
Lo anterior puede verse desde la ropa hasta la tecnología. Puede ir desde la compra de tal o cual libreta o incluso un bolígrafo, que, si tiene la marca de Disney o de Barbie, ya cuesta mucho más cara.
La vida cotidiana, pues, nos lleva a la satisfacción inmediata de los deseos que se nos inventan o nos graban en función de la reiterada repetición de comerciales. Películas y series de televisión, por supuesto que participan en este proceso de mercado, de la dialéctica tensión/distensión, deseo/satisfacción. Todo ello con el fin de tener consumidores hambrientos de cumplir satisfechas necesidades que muchas de las veces son creadas artificialmente en función del bombardeo de imágenes.
Esto se logra con base en la promesa de la felicidad que se obtendrá al ver satisfechos los deseos, sobre todo de manera inmediata. Obviamente que la no satisfacción de las necesidades trae como consecuencia sensaciones de molestia e incluso tristeza. Pero esto mismo ocurre al darse cuenta el consumidor, que su producto no cumple con todo lo que esperaba.
Por lo anterior, la moda se desgasta en la inmediatez, siguiendo de nuevo a Simmel. Y además, la satisfacción, efímera, trae a su vez una seguridad interior, que pronto es reemplazada por un débil sentido de tensión y una vaga nostalgia por la insatisfacción oculta. El producto, además, se convierte en un objeto-fetiche, que tendrá un alto grado de influencia en el estado afectivo del individuo.
Arte e inmediatez
La satisfacción inmediata de los deseos, como ya hemos dicho, se da principalmente en una sociedad en la que vivimos de prisa, donde tenemos información a la mano con el simple clic de un botón, una sociedad de fast food, de diversión inmediata al toque del control remoto, de remakes, de series y novelas que nos presentan como forma de entretenimiento (e incluso como forma de vida) lo que un grupo de personas consideran como lo más adecuado para una sociedad cada vez más homogeneizada.
El arte, dentro de las vertientes de la postmodernidad, puede mirarse desde una perspectiva contemplativa, que simplemente acepta las condiciones sociales en que nace y toma de ellas los elementos bajo un esquema frívolo de todo se vale. En esta vertiente, ello implicaría, a su vez, la creación de objetos de mercado como tal.
Pero no hay que perder de vista que, en gran medida, el arte debe generar objetos de mercado para participar de la sociedad en la que hoy se desenvuelve. ¿De qué otra manera podría entonces vivir un pintor o un músico?
Mucho del arte contemplativo que menciono, y que se hace con la única finalidad de ser vendido e intercambiado por dinero (donde, por cierto, quien más gana de las transacciones no es necesariamente el artista, sino el galerista o el intermediario), busca satisfacer de manera inmediata los deseos de lo que yo llamo, la dosis de cultura.
Ejemplo de ello es mucha de la poesía romántica o novelas –sobre todo los best-sellers- con elementos fácilmente digeribles por la sociedad homogeneizada. Elementos comunes y estereotipos que sirven para que las historias sean aceptadas debido a la sencillez del lenguaje, las tramas conocidas y en gran medida predecibles.
En la poesía, por ejemplo, esto es fácilmente visto, cuando se venden libros de poemas amorosos con temas simples y palabras sencillas que puedan mover el corazón de las personas y hacerlas sentir de forma fácil lo que se quiere –la risa o la lágrima fácil, vaya-.
Ello no implica, por supuesto, que toda la poesía amorosa esté dentro de esta categoría. Inclusive, Octavio Paz se preguntaba que qué más trascendente en el espíritu humano puede haber que el amor.
El consumidor, por lo regular va a buscar este tipo de literatura sencilla, de fácil acceso y de generación de afecciones de manera simple. El arte, a pesar de que requiere de la expresión (y por supuesto de sentimientos), no debe caer en sentimentalismos banales, pues cuando satisface de esta forma las necesidades de esta sociedad, se puede decir que la obra es consumida (en el sentido marcusiano, es decir, da de sí, su código es descifrado y fácilmente reconocible, y no da pie a una reflexión o a un conocimiento).
Este tipo de pensamiento se reflejaba ya en los representantes del Pop Art. Se observa la exaltación de los nuevos valores –efímeros-, que dan la felicidad en función del fetichismo del objeto de consumo. Los nuevos modelos, los nuevos temas, van a convertirse en las ideas banalizadas de la sociedad. La satisfacción inmediata en función de la representación de ídolos prefabricados (los nuevos dioses, surgidos de la Industria de la Cultura), los cantantes de moda, etc.
Representar una lata de sopa, es en Warhol, esta banalización de los temas en función de una sociedad cada vez más enfocada al consumo e industrializada y automatizada. La creación de productos en serie, que será ahora la forma también de acercarse al Gran Arte, a partir de la compra de pósters y reproducciones que uno puede colocar en su casa, para cubrir esa necesidad de adornar las paredes o como decía más arriba, tener nuestra dosis de cultura. Por supuesto que también esto puede resultar válido.
Muchos temas del arte (y la cultura, en general) se encuentran ahora en la inmediatez del consumo, de la vida cotidiana. Lo superficial de las relaciones de pareja, el sexo casual o sin el compromiso de algo perdurable. En este sentido, y recordando de nuevo a Marcuse, el sexo es hoy uno de los deseos más vendidos dentro de la Industria Cultural. Un sexo que se puede “tener” en fotografías o en películas que, siendo cada vez más explícitas, eliminan el erotismo y la imaginación. Un deseo que se queda como tal, pues jamás se verá satisfecha la fantasía de pasar al menos una noche con una Nicole Kidman, por ejemplo.
Sin embargo, gran parte de esta problemática tiene que ver con la rapidez en la que vivimos, la pertenencia a nuestra sociedad, el resolver los problemas de forma inmediata, lo cual, a su vez, genera estrés y por lo tanto, la sensación de tensión que de alguna forma necesita ser nivelada con una distensión, por efímera que ésta sea. Estamos inmersos en un mundo donde las cosas tienen esta inmediatez por el propio ritmo de vida. Aún, tal vez, como es mi caso particular, para quienes nos dedicamos, o queremos, dedicarnos al arte. Se requiere, pues, una dosis mayor de tensión, proporcionada por los medios (series, novelas, películas, noticieros) para relajarse de un arduo día laboral, lleno de tensiones y problemas que se ven aplacados al ver este tipo de programas que nos puedan generar más estrés, pero, tal vez en un sentido kantiano de lo sublime, nos mantiene a salvo, porque siempre tenemos la opción de cambiar de canal o detener el DVD en los momentos que ya no soportemos mirar más.
Buscar la trascendencia sin caer en la inmediatez de la satisfacción no siempre es sencillo. Uno puede tropezar con las estereotipias, rebuscamientos o superficialidades. Es fácil componer música con elementos conocidos o incluso gastados; o componer poemas con fuerte carga emotiva pero que no lleguen a lo medular, a la esencia del arte propiamente dicho: el ser humano. Y no sólo como objeto del arte. Es importante notar también que el arte es conocimiento en sí mismo, y, aún con estas posturas del todo se vale, existe otro que busca esa trascendencia no en función de lo inmediato. Por el contrario. Busca ir más allá, dejando algo en el espectador que se enfrenta a la obra.
Ahora bien, la línea entre la publicidad y el arte se hace cada día más delgada, más difusa, debido a que por cuestiones de marketing, se emplean determinadas obras de arte que se convierten en imágenes de fácil consumo; imágenes que cuando logran decodificarse en forma sencilla, pueden llegar a estereotiparse y consumirse de una manera simple, sin producir mayor idea en el individuo que la de tener un objeto de consumo que puede poseer y le dará algún tipo de estatus. Véase, por ejemplo, una publicidad de zapatos deportivos, con elementos de obras de Frida Kahlo.
En este sentido, marketing y popularidad en función de las modas, así como los estereotipos de los iconos que se popularizan, son factores concomitantes para enganchar al consumidor con el fin de que adquiera determinado producto. Tenemos, entonces, objetos de consumo que se convierten en fetiches de la sociedad, que puede ser manejada como una masa, pero no la masa proletaria desde el punto de vista marxista, sino una masa consumidora, con gustos homogeneizados, y que al final de cuentas adquirirá productos para la inmediata satisfacción de necesidades creadas en función del control de la manera de pensar de dicha sociedad. Me viene a la memoria una persona que, cuando iba a dar una plática sobre Frida Kahlo, se vistió similar a la de la artista, con la cara de Frida en la falda. Un chal también con el rostro de Frida y su bolsa del mercado de Frida. Me parece que sólo le faltaron los zapatos deportivos como el complemento ideal a su re-presentación Kitsch acerca de la obra de la pintora.
Por otro lado, esta iconización y estereotipia es posible observarla, posteriormente a la realización de la película sobre la vida de Frida Kahlo dirigida por Julie Taymor y protagonizada por Salma Hayek. Curiosamente, el libro en el que está basada la película, la biografía escrita en los años ochenta por Hayden Herrera, se disparó en ventas durante el tiempo del boom de dicho film. Pero la cuestión importante es que el libro, cuya portada original salió con la pintura “Autorretrato con Mono”, en esta nueva edición se vendió con la cara de Salma en su personificación de Frida en la portada. Pobre Frida… ya de por sí convertida en fetiche, y después haber perdido hasta la cara.
Con ello, lo Kitsch queda por encima no sólo de la obra, sino de la artista misma, a través de un film que muestra los aspectos que la gente desea conocer de un estereotipo creado por los medios masivos, ávido de experiencias que sobrepasen sus expectativas de vida diaria y muchas veces mediocre. Le da al público lo que quiere ver, escenas fuertes, sangre, sexo, lesbianismo, etc. Todo aquello que en su vida cotidiana no tiene y desearía tener. Le da esas emociones con las que podrá sentirse identificado y satisfacer de manera inmediata ese tipo de necesidades.
Si bien es cierto que el cine, desde el punto de vista de Benjamin, era un arte para las masa y que pudiera ser, democráticamente hablando, para cualquiera que quisiera acercarse a él, esto, claro, fuera del ámbito cultual tradicional del museo y el arte en sí mismo, gracias a esta “Máquina de los sueños”, se convierte en un objeto banalizado de entretenimiento pueril, muchas de las veces, dando como resultado este tipo de público que se acercará a él como una manera de evasión y búsqueda de la satisfacción inmediata que su rutina no puede darle.
Pero el cine es sólo un ejemplo. Este mismo fenómeno de banalización lo vemos en la plástica, la música, el teatro. Artes homogéneas, enfocadas a grupos específicos con características homogéneas. Pero que piensan que tienen el poder final de decidir. Donde los créditos se convierten en una nueva forma de control y de esclavitud.
Pero como se ha escrito ya, el arte no sólo se queda a este nivel, y existe el que realmente conlleva a una búsqueda con cierta responsabilidad social, si se quiere, pero que no está fuera del entorno en el que le toca desenvolverse.
Tal vez, de lo que se trata, es de crear, con la conciencia del mundo en el que vivimos, buscando la trascendencia de lo que se quiere expresar, aún a pesar de lo banal que pueda resultar, pero siempre tratando de llegar al punto medular del arte. Insisto… no es sencillo. Pero al final resulta un reto interesante.